Imperio Romano.
Vidas de los Césares
Desde Julio Cesar, hasta Domiciano.
Estudio Preliminar y comentarios:
1ra Parte:
Suetonio tuvo el privilegio, como muchos otros a no ser olvidados, no así con Aristófanes y de Mandro padre de escritos antiguos desaparecidos. Ciertamente, de las numerosas que fueron las grandes enseñanzas, ellas perecieron y solo nos ha quedado algún fragmento que recogiera un autor posterior o simplemente noticia que guarda algún cuidadoso comentarista, pero por fortuna nos ha llegado casi completa aquella que mas hizo por su fama: “La Vida de los doce Césares”, colección de biografías de los emperadores romanos del primer siglo del Imperio Romano. Gracias a ella, el gran escritor y el biógrafo “Suetonio” ha llegado a ser uno de los clásicos mas leídos y uno de los autores mas citados. Muchos lectores llenaron su curiosidad acerca de la Roma Imperial, reliquia duradera del pasado que el hombre de Occidente no puede olvidar, sin olvidarse de si mismo. Y más que las severas páginas de Tácito, la vida de Suetonio sigue aproximándose al lector con su aire acre o dulce de humanidad, y conformando -con sus meritos y sus defectos- una arraigada visión del Imperio.
Para que su lectura sea agradable y provechosa, pueden despertar ciertas dudas y no temores. Es preciso leerlo, pero se debe estar preparado para cosas comentadas por el de escenas escalofriantes de esas vidas de los doce Césares y el Imperio Romano, en si. Teniendo en cuenta cuales son las fuentes de información que poseemos para conocer la historia del imperio romano, debemos convenir en que “las vidas” de Suetonio, constituyen una gran fuente de noticias de inapreciable valor: Solo por el sabemos muchas cosas que sería una pérdida ignorar. Pero para beber en esta fuente con provecho es imprescindible conocer el cuadro general en el que deben insertarse sus noticias, porque es fácil, de lo contrario, encontrar pronta satisfacción a la curiosidad con una imagen que solo refleja una faz de la poliédrica realidad del imperio.
Este estudio preliminar quiere proporcionar al lector que no se sienta familiarizado con la historia romana, algunos elementos útiles para comprender la obra de Suetonio y la vida de la sociedad que él refleja. Para ello es imprescindible, ante todo, poseer una visión clara de conjunto de la época en que transcurrieron las vidas de los personajes de Suetonio; pero no basta con eso, también es menester lograr una imagen precisa de la época inmediata, aquella en que Suetonio escribe, porque con sus supuestas juzga e interpreta el autor; y finalmente, es imprescindible conocer la singular fisonomía intelectual del propio Suetonio y estar prevenido sobre sus características de historiador y de biógrafo.
Es seguro que con estos recaudos el lector apreciará con claridad y hondura el alcance de la interpretación que hace, Suetonio de sus personajes y obtendrá, a través de el, una visión más justa de la realidad romana del primer siglo del imperio.
La época de estos Césares (Julio Cesar hasta Domiciano).
El conjunto de las biografías que componen la obra de Suetonio muestra al lector la época que transcurre desde el desencadenamiento de la crisis en que sucumbió la republica romana hasta fines del siglo I D.C. y del imperio. En tan largo plazo la fisonomía de Roma se transformó profundamente y su historia recorrió algunas etapas decisivas: la crisis republicana, el advenimiento del principado, la época de la dinastía Julio-Claudia, la convulsión de los años 68 y 69, y, finalmente, el alzamiento del despotismo militar con la dinastía de los Flavios. Y sobre el cuadro de estas mutaciones históricas, que corresponden a graves procesos que se desarrollan en el seno de la vida romana, se mueven las figuras de los Césares con perfiles más o menos acusados, cumpliendo en el desenvolvimiento de la acción histórica papeles de mayor o menor alcurnia.
Cuando termino la segunda guerra Púnica, en 202 A. de J.C., se inicio en la historia romana una etapa de transformación radical. Casi un siglo antes, la anexión de las ciudades griegas del sur de Italia había convertido a Roma en potencia marítima, posición en la que se había fortalecido mediante su triunfo en la primera guerra Púnica (264-241 D.C.). Poco después debió afrontar el grave riesgo en que la puso la invasión de Aníbal y tras larga y sostenida lucha, había logrado tornar favorablemente el resultado de la guerra gracias a la feliz campaña de Escipión el africano, triunfador en la batalla de Zama (202 A.C.): fue este triunfo, precisamente, el que motivó ciertas transformaciones en la vida de Roma, destinadas a tener largas proyecciones.
En efecto, si por la orientación de su política exterior quedo en evidencia que, Roma aceptaba su posición de mediterránea y que estaba dispuesta a llevarla hasta sus ultimas consecuencias, no fue menos claro que la adopción de esa política debía traer consigo alteraciones de trascendencia en el ritmo de su vida interna. Las circunstancias favorecieron el rápido florecimiento de las actividades económicas y muy pronto se advirtió, como consecuencia, una dislocación de la tradicional ordenación social debido a la aparición de grandes fortunas que contrastaban con la creciente pauperización de las grandes masas.
“Seguimos explicando por que ese florecimiento de riquezas”:
Ya en el siglo II A.C. Hizo su aparición el latifundio explotado por brazos serviles y comenzó a decrecer, poco a poco, la pequeña propiedad y el numero de los colonos libres que la trabajaban. Con estos antiguos colonos libres, ahora sin posibilidades en los campos, se engrosó la masa del proletariado urbano, multitud amorfa en la que palidecen las viejas virtudes ciudadanas (casi desaparece) y se enervaban las calidades del soldado, en otro tiempo esforzado hasta el sacrificio; su concentración en las ciudades respondía a la esperanza de encontrar en ellas nuevas posibilidades de vida, y así su esfuerzo se volcó en las nuevas actividades comerciales, industriales y marítimas.
Con estas transformaciones económicas y sociales se incubaban difíciles problemas que desembocarían, antes de mucho tiempo, en las violencias de la guerra civil. Un partido de opinión, heterogéneo e inorgánico pero de inconfundibles tendencias, comenzaba a constituirse con esos nuevos elementos sociales que quedaban desgajados del antiguo orden y sin firme arraigo todavía en el nuevo; su fuerza consistía en el crecido número de sus miembros, en su creciente irresponsabilidad cívica y en la periódica actualización de sus exigencias perentorias. A su frente comenzaron a aparecer políticos de tendencia reformista o revolucionaria que unieron sus intenciones filantrópicas y seducientas a sus ambiciones personales; los nutrían algunas innegables tradiciones romanas, pero mas aun los ideales del socialismo griego, difundido entonces por el mundo romano a cuyo calor forjaban los temas de su propaganda y las consignas que ofrecían a sus partidarios; pero después que la conquista los puso en contacto con el mundo Helenístico comenzó también a influir en su animo el espectáculo de un poder menos constreñido que el que ofrecía a los magistrados el rígido mecanismo institucional de Roma: el de los autócratas Helenísticos, a quienes comenzaron a envidiar. Los mandos militares en las provincias sometidas al mando, para los que se empezó a prescindir de las limitaciones legales, fueron una escuela para el ejercicio del poder discrecional y esta circunstancia, unida a la mas estrecha dependencia de los soldados con respecto a sus jefes, que estableció al prolongarse las campañas y al comenzar a reclutar los legionarios entre los desposeídos, creo un nuevo tipo de política al que estaba reservado apurar las etapas de la crisis de la republica. El jefe de partido con mando militar, apoyado en sus tropas, fue, en efecto, el arbitro de la situación y de el lo esperaban todo los que nada podían esperar del funcionamiento regular de las instituciones.
Así empezó, en la segunda mitad del siglo II A.C., una crisis profunda de toda la estructura romana, en la que era posible ver que elementos desaparecían aun cuando no se divisaran con claridad los caracteres de la renovación que se preparaba. El tribunado de Tiberio Graco en el año 133 A.C., señala el desencadenamiento de la lucha entre los intereses económicos y sociales en pugna, y los frecuentes enemigos se acusan ya con nitidez cuando su hermano lo reemplaza en el comando revolucionario, diez años después. La Nobilitas que detentaba el poder, temía que el desarrollo de la política imperialista le arrancara de las manos el monopolio del estado, y trató por todos los medios de contener los primeros ensayos de quebrar su autoridad, hechos por las fuerzas que habían nacido como consecuencia de aquella. La política imperialista – que había ofrecido a la Nobilitas pingües ganancias – era, en efecto, la que había llevado al primer plano de la vida política al proletariado urbano, numeroso y empobrecido, y a los caudillos militares, ambiciosos y audaces.
A largo plazo, el triunfo no podía ser dudoso para estos nuevos elementos sociales y políticos que reflejaban la nueva realidad de la vida romana; pero entre tanto, los que veían escaparse de sus manos los antiguos privilegios procuraban defenderlos y no vacilaron en llegar a los últimos extremos de violencia; por ella sucumbieron Tiberio y Cayo Graco, símbolos del primer esfuerzo constructivo a favor de una nueva ordenación de la vida romana, compatible con las nuevas circunstancias y las viejas tradiciones.
Pero la llama renovadora no se apagó al ser abatidos los portadores de la antorcha. Al contrario la recogieron Mario y Saturnino, y brilló otra vez, con mayor o menor pureza; volvió a arder en las manos apasionadas de Catalina y la recogió por fin Julio César, hombre mas experto piloto de tempestades, mas cauto y al mismo tiempo mas audaz, bajo cuya custodia incendio los últimos reductos del tiempo ido y alumbro el despertar de una existencia renovadora.
Con Julio César la republica recibe el golpe de muerte que la amenazaba desde largo tiempo.
Julio César solucionó varios problemas; propuso una nueva realidad social y económica, también jurídicas para reformar un estado lleno de privilegios, así mueren las pretensiones de algunas personas de hacer renacer la republica. Sin embargo, pese a su esfuerzo gigantesco, el asesinato de César en el año 44 A.C. volvió el problema al punto de partida; pero volvió a hacerse un milagro romano para sustituir a Julio César, no menos astuto y hábil, cuya paleta, de tonos pálidos contrastaba con la vigorosa de César, pero poseía que él, cierto sentido de las extraordinarias obras de ingeniería arquitectónica. ¿Quién fue ese? Fue Augusto. Suetonio, admiraba a este personaje.
Con Augusto aparece una nueva organización política: tal como la diseña Augusto, deja en pie la armazón republicana, pero con cambios; introduce en el, el principio del poder autocrático, disimulado tras las excepciones que se confieren al jefe absoluto de las fuerzas militares para el ejercicio simultaneo de otras magistraturas, sin las antiguas limitaciones de la analidad y la colegialidad.
El régimen del principado nacía del prestigio militar y político de Augusto, supo ejercer con parsimonia su gobierno. Con Augusto nace una edad de oro para Roma, sacudida mucho tiempo por la contienda política y civil, la paz augusta se esparció por el Imperio y entonces florecieron Virgilio y Horacio, dando testimonio del esplendor de la vida espiritual. El régimen autocrático ya estaba fundado y solo se necesitaba que alguno de sus sucesores quisiera seguir la obra de Augusto, para que surgiera la plena luz.
Los sucesores inmediatos de Augusto, fue precisamente lo que hicieron: la familia Julio-Claudia dio a Roma cuatro emperadores más: Tiberio (41-54) y Nerón (54-68). Si Tiberio mantuvo la orientación política de su ilustre antecesor durante los primeros tiempos de su principado, pero en su última época y después de la conjuración de Sejano (31), empezó a ejecutar su poder omnímodo (que lo abraza y comprende todo), sin restricciones ni trabas.
Su violencia rompió pronto todos los diques del derecho y bien pronto se advirtió que no existía ya como poner freno legal que detuviese los excesos del príncipe.
Murió Tiberio y so sucedió Calígula; pero los excesos no se contuvieron y su recuerdo hizo temblar a los romanos mucho tiempo después de muerto; parecían estar presentes ante sus ojos las inspiraciones de su bisabuelo Marco Antonio, que como César, soñaba con el ejercicio del poder autocrático a la manera oriental y se había dejado arrastrar, junto a Cleopatra, por los desordenes de la monarquía divinizada. Y cuando Claudio sucedió a Calígula, sus mujeres y sus libertos para si el poder omnímodo que el César no se atrevía a ejercer. Poco después Nerón con furia colmaba la medida, y conducía a Roma por los senderos de la más refinada crueldad hasta amenazar a sus conciudadanos y a Roma con la destrucción y el aniquilamiento físico.
Así quedo al descubierto la verdadera estructura política del principado cuya moderación dependía solamente de la voluntad del príncipe y de su graciosa sujeción (secuestro de todos los poderes) a los antiguos principios jurídicos. Pero cuando Nerón fue emperador quedaron al descubierto las inauditas crueldades, lo que dio motivo a la indignación colectiva. Las sabias enseñanzas de Seneca a Nerón en su juventud, fueron en vano; y su inclinación a la vocación de citarista y poeta, fueron un fracaso.
Las crueldades del César (Nerón) amenazaban con la destrucción total y los espíritus se agitaron contra el. Así se descubrió hasta punto que el régimen del principado había destruido todos los soportes de la vida política, como la ciudadanía carecía de instrumentos legales para hacerse presente en las situaciones difíciles y como la realidad era que solo quedaba en pie la fuerza militar.
Este era, en ultima instancia, el principio esencial del régimen del principado; constituía una estructura apoyada en el poder militar y no se apoyaba sino en el, de modo que solo el mantenía la posibilidad de actuar si las circunstancias exigían la acción. Así se desencadeno la terrible crisis de los años 68 y 69, que Suetonio refleja en sus biografías de Galba, Otón y Vitelio, y en la de Vespasiano, luego.
Cuando la ciudadanía siente la ausencia de toda posibilidad de acción, los jefes de los distintos ejércitos del Imperio, por el contrario, descubren que tienen a su disposición el instrumento político eficaz para apoderarse del poder; todo dependía del apoyo que los ejércitos quisieran prestar a sus jefes y, de inverso modo, de las concesiones que los jefes estuvieran dispuestos a hacer para seducir a sus ejércitos.
Luego triunfó en la sangrienta puja Vespasiano, el jefe de los ejércitos de Oriente. Vespasiano quiso hallar, una vez dueño del poder, la manera de contener la siniestra violencia que amenazaba al Imperio restableció en lineamiento jurídico del principado, tal como lo proyectara Augusto.
Así transcurrió la época que Suetonio refleja en su obra los Césares; desde Julio César hasta Domiciano, la aventura personal de sus personajes se desliza sobre el intenso drama del Imperio y no siempre permite su trama que el conjunto de la escena adquiriera el relieve necesario; pero esa aventura personal proporciona abundantes datos de intenso valor humano para vivificar los esquemas políticos, y, así, la lucha entre los abstractos principios de la vieja tradición romana y de la nueva sensibilidad helenística adquiere, a través de Suetonio, una viviente realidad.
Fin de esta introducción y continuaremos luego con Suetonio.
Lcdo. Lino Segundo, Araujo Ferrer.
0414-6324187
Blog: linobiblia.blogspot.com
Twitter: @linobiblia
No hay comentarios:
Publicar un comentario